domingo, 12 de diciembre de 2010

LA SEÑAL DE UN ENTIERRO.

Un relato costumbrista.

En Trujillo, durante mis tiempos de infancia, era muy frecuente escuchar los cuentos populares sobre “Entierros”, no de cadáveres; sino de cantidades de dinero, en monedas de plata o de oro.

Recuerdo que los más viejos, echaban los cuentos más interesantes, generalmente a primeras horas de la noche, en reuniones de grupos de amigos o familiares.

Muchas veces, historias que se trasmitían de generación en generación, producto de las fantasías pueblerinas; otras veces, coincidían con hechos reales. Siempre eran cuentos de suspenso, con personajes del mas allá y del mas acá.

Ante la falta de instituciones bancarias y constantes guerras internas, libradas para la obtención del poder político; las personas acostumbraban esconder su dinero metálico, en cajones de madera o vasijas de barro cocido. Ese dinero era enterrado en los solares, en los pisos de las casas, en las paredes, etc. Popularmente los tesoros escondidos, recibían el nombre de “Botijas”, “Entierros”, “Chirguas”, “Cajones”, “Pimpinas”, “Plata Enterrada”.

Se decía, que en ocasiones, el dueño de la “Botija”, fallecía sin revelar el sitio, donde tenía escondido su dinero; por lo tanto el espíritu del muerto quedaba en “pena”, no podía ir al eterno descanso, hasta tanto alguien sacara el “entierro”.

El muerto, comenzaba a enviar señales luminosas por la noche, algunos veían luces, que avanzaban en la oscuridad y se metían en un sitio misterioso. En otras oportunidades, veían la figura del muerto, generalmente vestido de blanco, que desaparecía. Muchos dan cuenta, que el muerto, les hacía llamadas con las manos y les mostraba el sitio exacto donde tenía el entierro.

Decían los viejos, que cuando una persona muy ambiciosa, estaba buscando una botija, el muerto convertía su dinero en piedras y con extraños ruidos, lo alejaba del sitio. Cuando un muerto quería darle su plata a alguien, en la tierra comenzaban a salir carbones y eso era señal segura, que estaba muy cerca el tesoro. En la excavación, pudiera aparecer algún esqueleto humano, de una persona, que fue utilizada por el dueño, para cavar el hueco de su botija y como pago recibió la muerte, a los fines de garantizar el secreto del lugar del entierro.

En el caso que aquí refiero, un trujillano de nombre JUAN ROSARIO, que en paz descanse, dejó un manuscrito sobre papel artesanal, firmado con su nombre, fechado en el año 1882, doblado y colocado en un pequeño cilindro de madera, que en su tapa tiene grabado también el año 1882, con la misma letra del manuscrito, el cual dice: “El que me encontrare en este punto encontrará una suerte de 2000 pesos debajo de esta cepa exactamente abajo”.

[“Cepa”, le decían antiguamente a las paredes de tierra. Si para esa fecha este paisano era un anciano, seguramente vivió durante la guerra de la Independencia.]

El manuscrito, fue encontrado por mi gran amigo Lorenzo Ávila, en las ruinas de una casa que compró, ubicada frente a la placita el Carmen de la Callearriba, donde hace muchos años vivían las niñas Fonseca. Lorenzo, no me dijo si encontró la botija, pero como gesto de afecto, me regaló la señal del entierro.


Cordialmente, Cronista de Tucutucu.
9 de Diciembre de 2010.